Santa Rita de Casia no tuvo una vida fácil, fue una hija obediente y esposa fiel, pero era maltratada por su esposo y vio morir a sus hijos; sin embargo, gracias a su amor a Jesús logró la conversión del marido y ahora es conocida como la “santa de lo imposible” y Patrona de los necesitados. Su fiesta se celebra el 22 de mayo.
Santa Rita nació en 1381 en Italia en una época de conquistas, rebeliones y corrupción. Ella y sus padres fueron analfabetos, pero Dios le concedió a la Santa la gracia de leer. Quiso ser religiosa, pero sus padres le escogieron un esposo y ella aceptó obediente.
Su esposo tenía malas juntas, era bebedor, mujeriego y la golpeaba, pero Santa Rita se mantuvo fiel y en oración. Tuvieron dos gemelos que tenían el mismo temperamento del papá. Tras 20 años de casados el esposo se convirtió, Rita lo perdonó y juntos se acercaron más a la vida de fe. Un día él no llegó a casa y lo encontraron asesinado.
Los hijos juraron vengar la muerte de su padre y la pena de Santa Rita aumentó más. Ni sus súplicas los hacían desistir. La afligida mamá rogó al Señor que salvara a sus hijos y que tomara sus vidas antes de que se condenaran con un pecado mortal. Así ambos padecieron una terrible enfermedad y antes de morir perdonaron a los asesinos.
Más adelante, Santa Rita quiso ingresar con las hermanas agustinas pero no fue fácil porque había estado casada y por la sombría muerte de su esposo. Ella se puso en oración y cierta noche oyó que la llamaban tres veces por su nombre. Abrió la puerta y se encontró con San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan el Bautista, de quien ella era muy devota.
Ellos le pidieron que los siga y después de recorrer las calles sintió que la elevaban en el aire y la empujaban suavemente hacia Casia hasta encontrarse arriba del Monasterio de Santa María Magdalena. Allí cayó en éxtasis y cuando volvió en sí estaba dentro del Monasterio y las monjas agustinas no pudieron negarle más el ingreso a la comunidad.
Hizo su profesión religiosa ese mismo año (1417) y fue puesta a prueba con duras pruebas por las superioras. Santa Rita recibió los estigmas y las marcas de la corona de espinas en la cabeza. A diferencia de otros santos con este don, las llagas en ella olían a podrido y tuvo que vivir aislada durante muchos años.
Después de una grave y dolorosa enfermedad partió a la Casa del Padre en 1457. La herida de espina en su frente desapareció y en su lugar quedó una mancha roja como un rubí que tenía deliciosa fragancia. Su cuerpo permanece incorrupto.