Hoy celebramos a San Leonardo de Noblac, patrono de parturientas y prisioneros


Cada 6 de noviembre la Iglesia Católica celebra la Fiesta de San Leonardo de Noblac, patrón de los prisioneros y las parturientas. En su honor se construyeron cientos de iglesias y capillas.
San Leonardo nació en Galia entre el 491 y el 518 en una familia noble de Roma. San Remigio, Obispo de Reims, lo condujo al apostolado y la caridad.

Rechazó el episcopado ofrecido por el rey Clodoveo, se retiró a un convento de Micy y luego a un bosque de Aquitania (Francia). Más adelante recibió de un rey una tierra en Noblac.

San Leonardo logró la liberación de varios prisioneros gracias a un privilegio que obtuvo del rey, así como también lo hacía San Remigio.

En una ocasión ayudó a la Reina, a quien se le presentó los dolores de parto de un momento a otro. Las oraciones y cuidados de San Leonardo permitieron que se diera luz al niño sin complicaciones particulares.

Biografía

Es uno de los santos más populares de Europa central. En efecto; dice un estudioso que en su honor se erigieron no menos de seiscientas iglesias y capillas, y su nombre aparece frecuentemente en la toponomástica y en el folclor. El mismo estudioso añade que él «despertó una devoción particular en tiempos de las cruzadas, y entre los devotos se cuenta el príncipe Boemundo de Antioquía que, hecho prisionero por los infieles en 1100, atribuyó su liberación en 1103 al santo, y, de regreso a Europa, donó al santuario de Saint-Léonard-de-Noblac, como ex voto, unas cadenas de plata parecidas a las que él había llevado durante su cautiverio». San Leonardo de Noblac (o de Limoges) es un santo «descubierto» a principios del siglo XI, y a ese período remontan las primeras biografías, que después inspiraron el culto hacia él.

Leonardo nació en Galia en tiempos del emperador Anastasio, es decir, entre el 491 y el 518. Como sus padres, a más de nobles, eran amigos de Clodoveo, el gran jefe de los Francos, éste quiso servir de padrino en el bautismo del niño. Cuando ya era joven, Leonardo no quiso seguir la carrera de las armas y prefirió ponerse al servicio de San Remigio, que era obispo de Reims.

Como San Remigio, sirviéndose de la amistad con el rey, había obtenido el privilegio de poder conceder la libertad a todos los prisioneros que encontrara, también Leonardo pidió y obtuvo un poder semejante, que ejerció muchas veces. El rey quiso concederle algo más: la dignidad episcopal. Pero Leonardo, que no aspiraba a glorias humanas, prefirió retirarse primero a San Maximino en Micy, y después a un lugar cercano a Limoges, en el centro de un bosque llamado Pavum.

Un día su soledad se vio interrumpida por la llegada de Clodoveo que iba a cacería junto con todo su séquito. Con el rey iba también la reina, a quien precisamente en ese momento le vinieron los dolores del parto. Las oraciones y los cuidados de San Leonardo hicieron que el parto saliera muy bien, y entonces el rey hizo con el santo un pacto muy particular: le obsequiaría, para construir un monasterio, todo el territorio que pudiera recorrer a lomo de un burro. Alrededor del oratorio en honor de María Santísima habría surgido una nueva ciudad.